Una semblanza heróica: La Hazaña del Piloto Pardo
En agosto de 1914, cuando acababa de estallar la Primera Guerra Mundial, el explorador inglés Sir Ernest Shackleton zarpó en su tercera expedición a la Antártica, sin saber que el destino le esperaba allá con una terrible sorpresa. Su propósito era atravesar el Polo Sur desde el mar de Weddell al mar de Ross, para lo cual contaba con el velero mixto «Endurance» y el vapor «Aurora». Éste último, tras zarpar desde Australia, debía interceptar a los viajeros británicos en el estrecho de Mac Murdo, junto al mar de Ross. Esto nunca llegó a ocurrir, sin embargo.
Al comenzar el año de 1915, el clima antártico no mejoraba con la temporada veraniega y, por el contrario, fue sumamente cruel. Shackleton confió demasiado en la naturaleza y el «Endurance» quedó irremediablemente atrapado entre los hielos. Varios fatigantes meses permanecieron en esta situación, hasta que un témpano de varias toneladas destruyó con ferocidad al navío el 25 de octubre. Resultando imposible mantenerlo a flote por más tiempo, el 21 de noviembre terminó desapareciendo bajo las aguas gélidas.
Sir Ernest Henry Shackleton
Sin más remedio, los 22 náufragos comenzaron a errar por la zona flotando sobre un pack ice y algunos botes cerca de isla Pailet, hasta llegar a isla Elefante o de los Elefantes, a extraordinarios 640 kilómetros de distancia del lugar del naufragio. Desesperado, Shackleton y otros cinco hombres salieron en uno de los botes rescatados, el 25 de abril de 1916, resultándole imposible conseguir ayuda para rescatar al resto de sus hombres que estaban sometidos a condiciones extremas y sin provisiones. Tras navegar 1.300 kilómetros hasta las Georgias del Sur, intentaron ayuda del ballenero noruego «Southern Sky», que elaboró sin éxito un plan de rescate. No menos mal les fue en islas Falkland. Desde allí, consiguió ser transportado hasta Montevideo donde se le prometió ayuda, pero el buque de rescate enviado no logró llegar a destino. Tampoco pudieron penetrar el mar de hielo flotante los intentos de naves norteamericanas e inglesas. Los témpanos tenían completamente aislada la comunicación náutica hacia la isla Elefante, donde los hombres yacían abandonados a su suerte.
Volviendo a islas Falkland, Shackleton supo de alguna manera que sólo en Chile podrían darle la ayuda que necesitaba y partió a Punta Arenas, pues se encontraban rondando la zona los escampavías «Yelcho» y «Yáñez», de la Armada chilena. Se reunió entonces con el Director General de la Armada, Almirante Joaquín Muñoz Hurtado, quien avisó al Jefe del Apostadero Naval de Magallanes, Almirante Luis V. López, que proporcionara al explorador un buque para rescatar a los hombres. De esta manera, el escampavía «Yelcho» salió al mando del experimentado Piloto Luis Pardo Villalón, secundado por el Piloto 2º León Aguirre Romero.
Los sobrevivientes siendo rescatados. Al fondo, la nave «Yelcho»
La misión de rescate era una osadía casi rayana en la locura. Las cartas náuticas internacionales de esta zona, a la fecha, eran increíblemente imprecisas y casi peligrosas en sus ambigüedades. El «Yelcho», además, parecía una miniatura comparada con otras naves extranjeras que ya habían fracasado en similar intento. Con 72 carboneras y 480 toneladas de desplazamiento, la sobrecarga de carbón para cubrir las distancias acrecentaba los riesgos, además de que las cañerías de alimentación de la nave estaban en muy mal estado y la descarga del condensador se encontraba bajo el agua. Para peor, los informes meteorológicos anticipaban abundantes centros de baja presión, con vientos gélidos y unos 24º bajo cero. Todo un desafío para un equipo humano que ni siquiera llevaba equipos de comunicación a tierra o vestuario apropiado al clima.
Zarparon hacia el 25 de agosto de 1916 desde Punta Arenas, contorneando los canales hasta el Beagle, desde donde cruzaron el temido paso Drake con la proa hacia el continente antártico. El día 28, la angustia comenzó a crecer cuando una neblina sofocante les obstruyó el camino. Sin embargo, el audaz Piloto Pardo no dio pie atrás y siguió navegando a toda máquina, llegando a las rocas de Seal, en la isla Elefante, el 30 de agosto a las once de la mañana. Se comenzó a rodear la isla hasta ubicar a los hombres, cerca de las 13:30 horas. Una hora más costó poder subirlos a bordo del «Yelcho» a todos. «Realmente no parecían seres humanos», diría después el ingeniero Froilán Cabañas, al recordar la lastimera situación y el aspecto mortuorio de los náufragos.
De vuelta hacia Magallanes los problemas climáticos continuaron, siendo atrapados por un fuerte temporal en el mar de Drake, consiguiendo llegar a punta Dungeness el 2 de septiembre. Al no poder desembarcar allí, continuaron hasta Río Seco, donde echó anclas. Todos fueron recibidos como héroes en Punta Arenas, el 4 de septiembre, en medio de un gran festejo popular y hasta de reporteros extranjeros que documentaron en prensa y película las escenas. Mientras, el Almirante López presentaba una petición de ascenso para el Piloto Pardo por tan titánica misión cumplida.
30 mil personas recibieron en Valparaíso a los héroes británicos y chilenos
A bordo del mismo «Yelcho», los británicos fueron conducidos hasta Valparaíso, siendo saludados por la Escuadra en una ceremoniosa recepción y una alta concurrencia de los habitantes del puerto. El Presidente Juan Luis Sanfuentes recibió a Shackleton y a Pardo como verdaderas celebridades. El intrépido Piloto fue premiado con una nota de mérito en su Hoja de Vida y fue ascendido a Piloto 1º, el 7 de septiembre. En una muestra de su modestia y su vocación de servicio, se negó a aceptar del Gobierno británico un reconocimiento económico de 25 mil libras esterlinas en agradecimiento por su hazaña, suculenta cifra por la que muchos otros hombres, sin fortuna como él, estarían dispuestos a vender el alma. Pardo se excuso declarando que sólo había actuado en cumplimiento de su deber.
Por ley se le abonaron por gracia diez años para los efectos de la jubilación y se dispuso que gozaría de una pensión de retiro equivalente al sueldo íntegro de su grado. Pardo se acogió a retiro en mayo de 1919 y, en gratitud a su servicio, el Gobierno lo nombró Cónsul de Chile en Liverpool. El héroe falleció el 21 de febrero de 1935, a los aún prematuros 53 años.
El rescate en la Antártica realizado por el Piloto Pardo constituye uno de los actos más heroicos que han tenido lugar en ese continente, mezclándose, además con otro de sus hitos más importantes y epopéyicos, como fue la expedición de Shackleton, en una prueba más de la sólida relación que ya gozaba en aquellos años la República de Chile con su prolongación extracontinental en el Territorio Antártico.