Los Chinchorreros
Fueron el último estrato de la estructura social de la cultura del carbón de Lota y Coronel. Ejercían la más humilde, frágil, esforzada y deshumanizada tarea que estaba reservada a los desposeídos de todo. Eran los hijos del hambre, de la miseria cotidiana, donde huérfanos y abandonados de los regalos de la vida, expiaban los pecados sociales de la comunidad minera. Parte del paisaje en esta tierra de contrastes, cuando no se tenía nada como no fuese un estómago vacío, haciendo líneas junto a la costa ahí estaba el chinchorrero, quién por largas horas le peleaba al mar y sus mareas, los cascajos negros, que uno a uno hacían aumentar magros montones oscuros en las playas.
Ellos recogían lo que la mina industrial tiraba al mar. El carbón aún encerrado en su urna original: la pizarra, que al batir del humor del mar y sus olas se desprendía de su cofre. Así, por fin liberado al azar de las cambiantes aguas, el trozo de carbón llegaba a la zona intermareal donde era recogido por los chinchorreros.
Pero esa recolección era dolorosa, fatigante, de necesidad extrema. El chinchorrero debía entrar al mar, premunido de un artificio especial, el chinchorro. Un aro metálico enmallado en redes de pesca de desecho. Allí iniciaba su calvario diario: sentía las saetas del frío, de ese mar helado del sur de Chile, que lentamente adormecía sus carnes, las más de las veces de la cintura hacia abajo por la profundidad del lugar de faena. En esa posición, luchando contra su estómago adherido al espinazo no cejaba en su objetivo y con diestros movimientos capturaba trozo a trozo el preciado “oro negro” del carbón.
Al paso de las horas, entre correntadas y viento lograba reunir al borde de la playa un montón del mineral.
Y así, envuelto en sal y clima, salía aterido a la orilla donde una gran fogata de ramas secas le volvía de nuevo a la vida. Con suerte conseguía 20 kilos, una “perra”, que cargada a su espalda voceaba entre las callejas del pueblo, donde sería calor y lumbre de las modestas cocinas económicas de Coronel y Lota.
Esta actividad fue realizada por hombres y mujeres, de todas las edades. Frecuentes fueron los niños, que prisioneros de las estaciones, de sol a sol y bajo la niebla o la lluvia menguaron y consumieron buena parte de sus vidas en este duro oficio.