lunes 22 septiembre, 2008
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Juicios extranjeros sobre los chilenos

Juicios extranjeros sobre los chilenos


No es una novedad que los habitantes de este país requieran de opiniones foráneas para reafirmar sus creencias con relación a su patria. En la década del ‘30 este destacado cronista ya se refería a ello, y lo hace con una mirada crítica hacia los comentarios recogidos.

Desde hace cierto tiempo los viajeros o turistas informados por dos noches de paso en Santiago han dado en escribir definiciones sensacionales sobre la raza y el país chileno. Es una moda.

Este fenómeno proviene de la desgracia de no haber podido averiguar qué es lo que somos. Por eso, cuando un señor X o Z escribe diciendo: “los chilenos son húngaros”, entonces agotamos la edición. ¡Ah, fíjese usted, éramos húngaros y no lo sabíamos! ¿Y cuál es la característica de Chile? –Que la gente tiene el cráneo en la forma de melón Cantaloup. ¡Ah, fíjese! Tampoco lo sabíamos.

Entonces, los articulistas se ponen a comentar nuestra raza y a nuestro cráneo.

No es raro que los turistas dados a la escritura comiencen a tomarnos el pelo; ya saben que sufrimos la manía de averiguar qué cosa es Chile y qué efecto producimos con nuestros trajes de paños de Tomé y nuestras discusiones politiqueras. Otra manía consiste en saber que impresión producen nuestros asilos, nuestros rotitos y los pordioseros. Por fin, un escritor genial ha dado con el asunto. Chile, según él, se parece a Grecia. Santiago es un resumen de Atenas, no del Bar Atenas, sino de la verdadera capital de Grecia.

En Estados Unidos nos conocen por libro, sin figura literaria. ¡Por libro! Existe una obra titulada Advertising in South America, donde ponen en guardia al comerciante sobre la manera de tratarnos. Desde luego, es preciso que el viajero yanqui, cuando desembarque en nuestras costas diga: “¡Qué país más maravilloso! Este es el paraíso del turismo”.

Por eso la gente crédula en Mejillones, Arica, Iquique, Tongoy y Quilpué, quiere construir hoteles de turismo. Después de admirar el paisaje, el turista debe exclamar: ¡Oh, la mejor fruta, la mujer más linda y … la cordillera al fondo!”. En seguida, al llegar a la capital, debe decir que le recuerda mucho Atenas, Roma y París. “Chile es un país de ensueño; la pesca, la caza …”. Después de halagarnos tan ingenuamente, el turista-vendedor, vende.

Nosotros quedamos pensando en las maravillas nacionales. El yanqui lo dijo: “Chile vale más que todo”.

Yo me pregunto: ¿Es posible que la gente espere encontrar el secreto de nuestro país dentro de una fórmula explicativa? Esperamos que los extranjeros vengan a destaparnos los ojos. ¿Acaso estamos rodeados de un misterio mitológico? ¿Somos víctimas de un maleficio colectivo que nos nubla la vista? ¿Acaso el carácter de un país es algo geométrico, a propósito para encontrar cabida en la fórmula de un turista?

Yo digo: no se puede pretender encerrar la explicación de una sociedad y de diversas capas sociales en fórmulas precisas. Un país es millones de aspectos que solamente podrían revelar por partes los novelistas, narradores o historiadores. Por ejemplo, cuando un escritor como Sommerset Maughan describe a un mexicano, uno siente que se encuentra delante de un mexicano vivo, verdadero, esto es, delante de un caso, tomado desde un punto de vista. Es claro que en México, y en todas partes hay millones de casos. Para empezar preguntemos: ¿Qué es un chileno?

Desde luego, el más chileno de los chilenos, sin  mezcla, es el fueguino o el alacalufe; después  vendrá el araucano, algo mezclado; después,  el mapuche, y así sucesivamente, el mestizo,  el hijo de europeos de dos o tres generaciones,  hasta los hijos de los turcos, judíos, yugoslavos  y otros extranjeros de la actualidad.

Si pretendiéramos sacar un resumen del carácter nacional derivándolo de los juicios generales dados por viajeros sin antecedentes, caeríamos en la confusión. A la fecha podríamos poner tienda de pareceres sobre Chile, al gusto del cliente. El tendero, preguntaría:

-¿Quiere usted que Chile sea Grecia? ¿Es usted artista, literato? Bueno. Llévese la obra del señor De Lawe. Ahí se sentirá griego,  heleno hasta la médula, héroe de la Hélade,
fecundada por las abejas panidas del Monte  Himeto. ¿Quiere usted que Chile sea una tierra de zulúes salvajes y antropófagos,  mezclados con presidiarios españoles?
¿Quie re que no haya en el país un solo puerto  decente, ni un sanatorio? Compre en el acto  la obra del alemán Casimir Edschmid, Glandz  und Elend Sudamerikas, esto es, Esplendor y  Miseria en Sudamérica. Se trata de una obra  famosa, traducida al inglés bajo el título de  South America, Land of Contrasts. Edschmid
habla de nuestro pueblo en forma despectiva  … “una horda en abandono completo”. En
cambio, ¿quiere oír algo de un Chile envidiable, ordenado y en marcha al progreso? Lea
la obra del sabio profesor W. Mann, Chile  Luchando por Nuevas Formas de Vida. Léala:  en sus páginas se sentirá fuerte, seguro, organizado. ¿Quiere saber cuál es la parte civilizada de Chile? Lea La Más Grande Alemania, de Tannenberg; ahí encontrará lo siguiente: “En el sombrío cuadro de la civilización latinoamericana hay solamente dos claridades; las colonias alemanas del Brasil y del sur de Chile”.

Hay Chiles para todos los gustos en las librerías, como en boticas. G. Dumas de la Sorbonne, dijo que Santiago se parece a Burdeos; la revista militar del Parque le recordó
las legiones de la Roma de Catón. D. Carlos de Borbón aseguró que nuestra tierra era  “una Esparta cristiana”. Blasco Ibáñez nos llamó “trópico frío”. La señorita Titana se asombró de ver a las damas chilenas vestidas por sastres de Guayaquil, tomando champaña argentina. Un turista argentino aseguró que el roto se pone encima redes de pescadores. Eugenio Noel, en sus Vendedores de Pieles, dice: “El mejor negocio chileno es componer un Libro Azul, o monografía para sacarle plata a la colonia española; todo chileno lleva al cinto un revólver, llamado bufoso”.

¿Cómo desea el lector que sea Valparaíso?  ¿Hediondo y feo? Lea la Enciclopedia Bri
tánica. ¿Desea exotismos populares? Lea El  Capitán Chimista, por don Pío Baroja. Este  autor ve los cerros de nuestro puerto hirviendo de filipinos eróticos, cuyos amores hacia
las indias frutecen en rotos.

Antiguamente nuestra vanidad se abanicaba en el renombre, siempre dado por viajeros  ilustres, según decían. El uno bautizó a Chile de “Prusia americana”, y al Bío Bío, de “Rin de los bárbaros chilenos”. Un Lord venía después, directo del Támesis, a bautizarnos de “británicos de Sudamérica”. Un yanqui más tarde provenía de Nueva York para ponernos otro apodo acariciador. Ahora la peregrina idea de un señor, de un monsieur, cuya celebridad súbita consiste en haberse ocupado de Chile, nos da el sobrenombre de “griegos”. Todo Chile parece suspirar. ¡Ah! Por fin, alguien descubrió la verdad. ¡Eso sí! Eramos la Grecia. ¡Y no haberlo visto antes! Gracias, señor, ¿cómo es? Señor… Lawe. Gracias. Somos griegos. ¿Griegos de dónde? ¿Modernos? ¿Somos griegos del año 449 A.C. o de hoy? ¿Somos griegos del siglo de Pericles o del año del general Metazas? Para resolver este punto he resuelto ponerle cable al señor de Lawe.

“Estimado señor: Diga si en su paralelo de Chile y Grecia, ¿se refiere a la Grecia de
Pericles o a la de Metazas? Expresiones a la familia. (Respuesta pagada)”.

Contestación: “Me refiero a la de Alcibíades”.

Recibiendo esta lacónica respuesta todo Chile quedará tranquilo. Somos griegos clásicos. ¡Caramba! Y nos habían querido hacer creer que éramos zulúes, nipones, británicos, antipáticos,  sísmicos, andinos… Todo era mentira. ¡Somos griegos! Huichicheo, huichicheo, huichicheo…

Autor/Fuente
Joaquín Edwards Bello Extraído de Revista Patrimonioultural - N°44. http://www.patrimoniocultural
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