Florcita Motuda
Existen nombres inconfundibles en la música popular chilena, pero el de Flor Motuda es excepcional incluso entre los músicos de más firme identidad artística. Suele definirse a su trabajo como extravagante y/o experimental, pero acaso su principal valor esté en cómo ha ofrecido una propuesta de reflexión social por completo novedosa; aguda como pocas en su descripción de lo más pedestre de nuestra convivencia.
En canciones como «Brevemente… gente» y «Pobrecito mortal, si quieres ver menos televisión descubrirás ¡qué aburrido estarás por la tarde!» (sic) Raúl Flor Alarcón –así figura en su cédula de identidad, desde los años ’80– ha sido el cronista indicado para cantarle al «chileno medio» aplastado por un modo de vida que no comprende ni disfruta. Con altibajos, su extensa carrera de cantautor ha sido un esfuerzo constante por abrir la canción popular a temas y formatos lo más lejanos posible del cánon.
El profesor que vino del sur
Nació y creció en Curicó, una ciudad pequeña en la que «de puro aburrido me puse a tocar guitarra y me volví creativo», según ha contado. Su padre era un oficial de Carabineros que murió de meningitis cuando el futuro cantante tenía 11 años de edad, y en su casa quedó a partir de entonces rodeado de mujeres, con cinco hermanas además de su madre (una cantante aficionada). Su afición por la música no lo hizo considerar seriamente la posibilidad de una carrera artística, por lo que ingresó a la Escuela Normal a estudiar pedagogía básica. Cinco años alcanzó a trabajar como profesor antes de dar un salto sin red al circuito profesional de bares, discotecas y clubes nocturnos capitalinos, los primeros escenarios del futuro Flor Motuda.
Su trabajo musical estuvo inicialmente vinculado a los grupos de los cuales formó parte durante los primeros ensayos chilenos de rock. Luego de integrar las bandas Los Best Sellers y Los Stereos, Alarcón desarrolló su trabajo colectivo más interesante cuando se ocupó junto a Los Sonny’s, una banda de pop y psicodelia fundada en 1967. El grupo grabó en tres años igual número de discos para el sello RCA. Sin embargo, y apenas comenzó la década de los ’70, Alarcón decidió continuar de modo solista.
Fue entonces que ingresó al Conservatorio de la Universidad de Chile para estudiar interpretación de instrumentos autóctonos. Poco a poco fue armando mentalmente el concepto con el que comenzó a trabajar hacia 1975, basado en la expresión a través de un personaje al cual bautizó con una imagen desarrollada en su poema «Mujer engrifada», asociable según él a la fusión del sexo femenino y masculino («esa actitud entre tierna y firme»), y sintetizada en el verso «Florcita motuda, carita desnuda». Al insólito pseudónimo se sumaban coloridos trajes (de goma amarilla, por ejemplo), versos nunca románticos, canciones de títulos interminables y, en general, una actitud muy poco esperable en el Chile bajo Pinochet.
En competencias de festivales, Flor Motuda fue mostrando canciones como «Esa niñita del patio ya está bailando desnuda» o «Quintralada… (o circulación primaveral del sexo)». De más está decir que se volvía a su casa sin el trofeo de la noche (su trabajo fijo de la época era bajo una montaña de espuma roja que lo camuflaba como «El buzón preguntón», en el programa infantil «Ya somos amigos», de Televisión Nacional de Chile).
Pero el músico decidió insistir incluso ante la organización del más importante certamen musical del país, el Festival de la Canción de Viña del Mar. Su postulación fue aceptada y, en 1977, Motuda se subió al escenario de la Quinta Vergara para cantar «Brevemente… gente». Esa vez sí se bajó con un premio; nada menos que al mejor intérprete (ante el asombro de competidoras como Patricia Maldonado y Luz Eliana). Un año más tarde, el chileno sorprendería hasta a los más optimistas quedándose con el galardón mayor del festival OTI, gracias a la canción «Pobrecito mortal, si queres ver menos televisión descubrirás… ¡qué aburrido estarás por la tarde!».
De manera intermitente, Flor trabajaba con una banda a la cual bautizó Orfeón Municipal Motudo. Sus publicaciones eran siempre en vinilos o cassettes sencillos de factura independiente. El primero de ellos, Florcita Motuda (1977) incluía «Tírale un ajo», una cueca poco ortodoxa que el músico introdujo como parte de una corriente mayor basada en el desarrollo de «cuecas eróticas».
Algunos puristas reclamaron, pero no lo suficientemente fuerte como para impedirle participar del programa folclórico «Chilenazo» durante tres años consecutivos, a partir de 1980 (con las canciones «Mirada de alturas», «Aún sin voz quería expresar con gestos y aleteos… ¡algo!» y «Pronto amanecerá»). Era innegable la raigambre local de sus composiciones, tan inspiradas por Frank Zappa como por Violeta Parra. Para entonces, Motuda era ya un disciplinado seguidor de las ideas Humanistas difundidas por el argentino Silo. Su reflexión sobre el desarrollo humano sustentable y la conservación de la naturaleza explican títulos como «Si hoy tenemos que cantar a tanta gente, pensémoslo».
Pese a su conocida disidencia de la dictadura, el cantautor no tuvo mayores problemas en televisar dúos con una cantante tan cercana a los militares como lo era entonces Patricia Maldonado; ni tampoco con ser incluido en las galas de programas televisivos como «Martes 13». Su presencia televisiva no era, en lo absoluto, marginal, y generaba un inclasificable entusiasmo entre un público heterogéneo.
La voz del NO
En 1987 reapareció en el Festival de Viña del Mar luciendo una banda presidencial al pecho. Al año siguiente, y como militante del partido Humanista, se hizo parte activa de la campaña plebiscitaria del NO a Pinochet. En ese contexto destacó su «Vals imperial del NO», reconocido más tarde por la revista francesa «Actuelle» como una de las cincuenta canciones que hicieron cambiar al mundo.
La democracia ubicó el nombre de Flor Motuda entre un sinfín de otras distracciones (su candidatura a diputado, en 1989, no llegó más allá de la intención). Su regreso al Festival de Viña del Mar de 1992 casi no pudo ir peor: el músico debió abandonar el escenario entre pifias, tras intentar interpretar el tema «Todo Chile, en pelotas». Fue un golpe duro que lo llevó a un voluntario retiro de al menos cuatro años. Hasta que, hacia mediados de los años ’90, bandas jóvenes como Chancho en Piedra y Pánico comenzaron a mencionarlo como una influencia, y lo invitaron a participar en sus videos y shows.
Fue un sorpresivo renacimiento, coronado en Costa Rica por el primer lugar en el Festival OTI 1998 gracias al rap «Fin de siglo, éste es el tiempo de inflamarse, deprimirse o transformarse», con su hija Olivia Alarcón en la dirección orquestal. El impulso de lo que entonces llamó «una segunda juventud» lo llevó a la publicación de su primer disco compacto (donde incluyó el elocuente título «No hay necesidad de agachar la cabeza. Te lo dije, canoso, cara de burro»), en una carrera que ha sido intensa y extensa, aunque discográficamente breve. En Fin de siglo, bienvenidos al milenio, ¡todos invitados! (1998) se incluyen nuevas versiones de sus viejos grandes éxitos, gran parte de ellos antes inéditos.
Como otros músicos chilenos de su generación, Flor Motuda participó durante el año 2005 del espacio televisivo «Rojo VIP», de TVN.