Adios “Rincón de los Canallas”
Desde hace mucho tiempo había escuchado acerca de éste local, sus historias, su mística pero nunca había tenido la oportunidad de conocerlo, antes de su cierre me di el gusto, que lástima no haberlo aprovechado antes.
Los patacheros de Santiago están de luto, el 31 de mayo se cerró el que fuera otrora gran bastión de las noches santiaguinas en plena dictadura. Aquí se mantenía la esperanza y se trataba de dar respiros a aquellas noches que el gobierno militar asfixió durante tanto tiempo.
Todo comenzó a inicios del año 80, la personas que eludían el “toque de queda” impuesto por el régimen de Pinochet llegaban a calle San Diego 379 y enfrentándose a una cortina que posee un orificio introducían su mano y jalaban un cordel el cual hacía tocar una campana, luego un voz de ultratumba y grave pero afectuosa pregunta: ¡Quién vive Canalla?.
Si la contraseña era correcta, el “Canalla Mayor” y dueño del local, Don Victor Painemal abría la puerta. Su aspecto era intimidante pero uno se daba cuenta altiro que era mas bueno que el pan, eso sí también podía uno vislumbrar que las había pasado todas y se las sabía por libro.
El Canalla Mayor hacía pasar a todos los canallas que llegabann y los iba ubicando en los calabozos (así llamaban a loa piezas del restaurant), luego venía a la mesa el pancito con su pebre cuchareado mientras se pedía el palto fuerte con su respectivo líquido acompañante.
El local nace en el año 80 con la etiqueta del “Rey del pollo asado” y funcionaba hasta las 10 de la noche. Como con el toque de queda impuesto por lo militares se acabó la vida nocturna, Don Victor aprovechando que la gente pese a esto quería comer y conversar de noche y así esperar el alba para poder andar libremente por la calle se estableción el el centrico San Diego con un localcito para tales efectos.
Es así como nació la campanita y el santo y seña para poder ingresar al boliche, al sonido de la campana y de la respuesta casi inmediata ¿Quién vive canalla?, las personas llegaban con la respuesta aprendida.
La actividad del Rincón no pasó desapercibida para la dictadura, fueron allanados 67 veces e inciendiados un par entre el 82 y el 83. Luego cayó la orden de clausura y Don Victor partió al sur, pero como todo lo buena deja huella, comenzó a recibir el apoyo de los parroquianos del patache que de diferentes lugares y sectores le ayudaron a arrendar la casona actual, eso si la puerta en principio estaba mas hacia la calle, la que después se hizo famosa se encontraba al final de un pasillo sombrío a unos 20 metros de la calle.
El 24 de mayo se bautizó como el “Rincón de los canallas”, desde ese momento la noche tenía un lugar para vivirla y fue lugar de conversa para los resistentes a la dictadura. Allí se escuchaba Radio Moscú y Rdio Habana lo que le granjeó el apelativo de subversivos.
El triunfo del No en 1988 en «Los Canallas» fue tremendo. Luego Patricio Aylwin les devolvió la patente y el ministerio del Interior recibió entre sus murallas a muchos retornados que con los años engrosarían las filas del poder.
Antes de la democracia, sin contraseña no entrabas. Tito Arévalo, en ese tiempo conductor del programa de trasnoche de Radio Colo-Colo, transmitía la contraseña: decía «saludamos a la familia Pérez Maturana de Puerto Montt, está lloviendo en Puerto Montt y los canallas siguen igual, muchos saludos a don Roberto «. Luego sonaba la campana y el visitante respondía al «¿Quién vive canalla?», con un «Está lloviendo en Puerto Montt». Las puertas se abrían. Quien no la sabía, no entraba. La contraseña, heredera de la época oscura de la dictadura, siguió siendo característica del lugar. Desde la detención de Pinochet en Londres la contraseña vitalicia es «Chile libre».
Además de los mensajes en muros, otros sobrevivientes de esos tiempos son los menús. Las parrillas despiden olores a carne cocida y llevan nombres nada azarosos. El vietnamita por ejemplo es una parrillada para cuatro «pero comen diez», dice Painemal. El terrorista surgió en periodo de apagones y bombazos y es la mitad del anterior. El Guerrillero comestible en base a cerdo y papas cocidas, es un homenaje a los asesinatos de Parada, Guerrero y Natino. Amon Gelatina, lo puede imaginar el lector.
Don Víctor se pasea con su delantal blanco y saluda con un apretón de manos a todos los que entran al local, que exige contraseña después de almuerzo. A veces queda pegado en un punto inexacto, pues sus gafas ocultan un ojo cegado para siempre por los militares. Sobre el fin del recinto, «Canalla mayor» aclara: «La modernización… estamos en la gran capital, a cuatro cuadras de La Moneda y ocupando un edificio muy añejo, que tiene que ser eliminado. Aquí tienen que construirse edificios grandes. San Diego tiene que reconstruirse y poblarse. En cada cuadra deberían vivir al menos 200 personas y ahora en ésta viven siete personas, dos familias, nada más (incluyendo la suya). Además son todos locales comerciales. Trabajan en el día y se van de tarde. En la noche es un cementerio. El público ya no viene para acá, va a los malls».
Tras 27 años de funcionamiento, la demolición en aras del progreso no parece afectar a Víctor. «El arrendatario me dijo que esto se vendió y que me buscara otro lugar. Lo entiendo, es su negocio.”
Ahora «Los Canallas» apelan a la historia, a ese buen ánimo en la atención a prueba de dictadores y demoliciones y buscan (12 personas trabajan en el local) un nuevo sitio donde trasladar sus sabores. «Si hay alguien que sepa de otro lugar que me indiquen, para que nos juntemos, para que hagamos un nuevo Canalla, porque necesitamos encontrarnos».
Suena el timbre que hace tiempo reemplazó a la campana secreta. Don Víctor se excusa, se acerca a la puerta y grita: ¿Quién vive Canalla?
Adiós Rincón de los Canallas………….de seguro te devolverán tus noches